— ¡Mily, vamos!
Escuchaba
aquella voz que sonaba de fondo, las luces se volvían un tanto extrañas, se
desvanecían entre las sombras del cielo, las miraba distorsionadas, borrosas.
— ¡Vamos hija, no me hagas esto, respira!
El monto
del terror iba en aumento y los intereses me los cobraban muy altos, no
respiraba, me costaba a veces, eso me tenía un tanto preocupada, me sentía
débil, me sentía triste porque veía cómo mi papá se iba y regresaba.
— ¡Mily, por favor!
Escuchaba
los pasos en la calle, a pesar de que llovía un poco, mi papá me tuvo cubierta
y no me pasó nada, pero sentía en sus palabras la desesperación, esa que yo
también tenía entre los respiros cortados, entre cada dolor de pulmón, entre
cada lágrima que trataba de secar.
— ¡Ya casi llegamos Mily, por favor, respira,
no te rindas, sigue fuerte!
Quería
darle ese regalo a mi Papá, una pequeña sonrisa, un pulgar levantado, algo que
le diera la calma para determinar que dentro de todo este mal que nos acongoja,
de todo estos días difíciles, estaba bien.
—Estamos cerca, ya casi, hija, vamos, todo
estará bien, Papá está contigo.
Recuerdo
cuando me dejó en la camilla, extendió su brazo y me gritaba lo mucho que me
amaba, yo traté con todas mis fuerzas de levantarle el pulgar, después junté
ambas manos y formé un corazón, en ese entonces, las puertas se cerraron y mis
ojos también.
José Roberto Bolaños Gutiérrez, 2017
Nuevo Vallarta, Riviera Nayarit, México
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